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Lunes, 19 Septiembre 2011 11:17

El árbol de la vida: críticas de las mejores películas 2011, de estreno en la cartelera de nuestros cines, cada lunes en CEC

Escrito por  Publicado en Películas actuales recomendadas 2022-2023

Tocando el cielo

The Tree of Life Escena

¿Qué es el cine? Esa es la pregunta que André Bazin se formuló un día y la misma que se siguen formulando teóricos o simples amantes del cine. Y es difícil hallar una respuesta, tan difícil como encontrarle un significado a la mismísima vida. Terrence Malick, en un frenesí creativo, ha intentado dar respuesta a ambas, y ha creado una película de una belleza arrebatadora. Sé que mi crítica no estará a la altura de las circunstancias, porqué me siento infinitamente ridículo al lado de la mastodóntica obra de arte que acabo de contemplar, pero ni que sea como gesto de agradecimiento a semejante regalo para mis ojos, intentaré navegar por este gran océano que es El árbol de la vida (The tree of life, 2011, Terrence Malick).

Y es que Malick reflexiona sobre cuestiones tan profundas, tan enormes y trascendentales, que criticarlo o intentar rebatir sus argumentos sería un tanto absurdo. El árbol de la vida es una visión extremadamente personal sobre el origen del Todo y cuando alguien tiene la valentía de emprender esa aventura, sea cuál sea el resultado, no nos queda más remedio que callar la boca, escuchar sus palabras (o ver sus imágenes) y darle una Palma de Oro. Porque, aunque sea la primera película de Terrence Malick que degusto, no me hace falta ver mucho más para entender que este hombre merecía el máximo premio de Cannes. Porque está marcado por Dios. Y es a Dios para quien ha rodado El árbol de la vida. Una película que puede perfectamente compararse a otra obra de nuestra memoria universal: La Capilla Sixtina, de Miguel Ángel. Ambos autores aspiran a narrar no una historia sino La Historia. Y en esa misión se dejan la vida. El resto de espectadores sólo podemos permanecer en silencio ante tanta grandeza.

El árbol de la vida no es una película fácil. Habrá quien empiece a desesperarse cuando lleve 20 minutos sentado en la sala. El resto ya se habrá sumergido en un éxtasis. Malick se ha deshecho de toda línea argumental y se ha lanzado a componer un lienzo de imágenes con las que va definiendo la dicotomía con que se abre la película: el ser humano como criatura a medio camino entre lo natural y lo social. El centro de esa explosión filosoficosensorial es una familia de clase media en Tejas, a mediados de los años 50; el film se inicia con la muerte de uno de los hermanos y es ese acontecimiento el que define una ausencia. Una ausencia dolorosamente compartida por la madre (Jessica Chastain) y por su hijo mayor, Jack (Sean Penn), que expresa su dolor desde nuestro tiempo. Ambos comparten también una pregunta: “¿por qué?” y ambos se la dirigen al mismo ser, a Dios. Y a partir de ahí empieza el delirio cosmogónico de Malick: el director no da una respuesta sencilla, sino que se embarca en una odisea de centenares de años luz y nos conduce al punto 0 de nuestra existencia, cuando la Tierra no era más que humo, lava y explosiones.

Malick nos narra la formación de los cuerpos vivos, la aparición de los dinosaurios y después, en plan Kubrick (otro Elegido), da un salto espectacular y nos sitúa a mediados del siglo XX. Cada una de las imágenes que proyecta en la pantalla es más sublime que la anterior, más apabullante, y nos sentimos testigos de un relato que rebosa los límites de la propia sala. Porque en este primer tramo Malick es un demiurgo y asumiendo ese rol escribe su propio libro del Génesis plano a plano. Casi nada. Malick es, efectivamente, un arquitecto y aquí establece los cimientos de su catedral. Las raíces de su árbol. La naturaleza. Y el colofón de esa oda que quita el hipo y pone los pelos de punta (y a quien no le pase, no es humano) es un gesto no tan grandilocuente sino exageradamente sencillo, y a su vez exageradamente conmovedor. Y me refiero al momento en el que esa especie de velociraptor se acerca a su víctima con intención de devorarla, y en lugar de hacerlo, finalmente le perdona la vida e incluso podríamos llegar a interpretar que le acaricia la cara con sus pezuñas. Sólo con eso, Malick está exponiendo el nacimiento mismo de la misericordia y la represión del instinto para asegurar el bien ajeno. Con ese gesto se planta la semilla de la gracia, que debe ser el objetivo último de los pueblos que habitan este planeta y sin la que no se puede prosperar. Un velociraptor, pues, acaba de ser el artífice de lo que significa la civilización. Buena lección para nuestro tiempo salvaje.

Erigidos los pilares de la Tierra, ahora lo que queda es llenarla de vida y ahí es cuando la historia queda circunscrita en Tejas (en lo social). Este largo tramo de película se narra desde la mirada del pequeño Jack, desde su nacimiento, pasando por su adolescencia. Así, el rescate de la memoria universal es la llave de acceso a la memoria personal y el contacto con lo más íntimo. Esa intimidad Malick la compone a través del concepto de familia y explora con avidez sus rutinas y sus vínculos. Claro que el director tiene el talento para mostrarlos no como anécdotas comparables a cualquier otra familia sino como acontecimientos igual de trascendentes que la creación. Porque a nadie se le escapa que esta familia viene a ser como la primera familia en la Tierra, y aunque estemos en Tejas en 1950, cada acción, cada suceso, ha de ser visto con un carácter primitivo, bíblico. Ahí juega un papel fundamental la mirada de Jack (la mirada de Malick) que dista de ser normal, es una mirada inocente, pura, que asimila las cosas no en su superficie sino en los efectos sobre el alma. Se trata, por tanto, de una percepción mítica o literaria, en donde prevalecen las esencias que desprenden los cuerpos; así es, por ejemplo, como una madre se convierte en una princesa de cuento. Él árbol de la vida se construye, pues, como mito y como tal su pequeño héroe deberá padecer una evolución psicológica. Conocerá el cariño, el amor, el sexo, pero también el dolor, el miedo, la duda, la muerte. Este Edén de luz donde empieza reinando la felicidad y el júbilo termina siendo tierra de abono para la oscura tragedia. Así es como Malick responde a la pregunta de Bazin: el cine es, básicamente, una prueba de la vida. Un documento sobre cómo ser humano y el legado que justifica nuestra permanencia en el universo. Y el director lo ha escrito deshaciéndose de ornamentos digitales, tramas y giros. La vida y sus contingencias, nada más. Un árbol cuyas ramas crecen formando recovecos: la metáfora perfecta.

Arbol de la vida Foto

Con cada paso Jack se irá haciendo hombre, irá madurando su espíritu y con él el de toda la civilización. Jack es el alter ego de cada uno de los que está sentado en la butaca: habiéndonos obligado Malick a olvidar todo conocimiento previo y embarcarnos en su nuevo diseño de la realidad, debemos construir ese nuevo mundo, o mejor dicho reexplorarlo, y asombrarnos como lo hace un niño. Infancia y cine, nada casual. Sinónimos ambos de la constante definición de lo real tamizada por la experiencia propia. Y ese aprendizaje de la realidad abarca los dos valores que estructuran la película: la naturaleza, severa y prepotente (el padre), y lo divino, afectuoso y benevolente (la madre). Jack es un péndulo que oscila entre ambos y con cada uno experimenta sensaciones muy distintas que condicionan sus emociones y sus ideas. Y la película, en un acto de mímesis absoluto, padece las mismas transformaciones y se torna sombría cuando Pitt impone su ley, para luego explotar de alegría cuando el padre abandona la casa y queda bajo la tutela de la madre. El film está literalmente vivo, es un organismo, y Malick reivindica esa misma visión del cine, no como un artificio que da la espalda al mundo y se regodea en su propia tecnología sino como epidermis sensible a la vida. El árbol de la vida es, en este sentido, una perfecta taxonomía de lo que es la subjetividad, de lo que es ser humano y lo hace desde el profundo convencimiento que es un hecho grandilocuente por el que merece la pena despertarse cada mañana.

El viaje de Jack a su infancia es pues una reconciliación no sólo con sus padres sino en primer lugar con Dios, quien es capaz de mostrarle la belleza de su pasado y sentirse afortunado de seguir con vida pese a las graves circunstancias. Y la lección es similar para el padre: lo divino se acaba imponiendo y el amor se consagra como solución a una agria existencia dominada por la ira. Ese amor permite a Jack ejercer el perdón y reencontrar el camino, el camino de su existencia; puede entonces cruzar el umbral que le devuelve la felicidad. La restitución de la fe ha sanado el hueco que había dejado la muerte. Y la energía de las convicciones renovadas propulsa el cuerpo en una suerte de ascensión que pone a Jack en contacto con su familia. El final de la película podría ser visto como la llegada al cielo, como el contacto definitivo con el reino de Dios. Él demuestra la benevolencia de la que madre e hijo habían dudado y los reúne otra vez en un último encuentro. El presente para ambos es la reaparición del hermano fallecido, ese niño que fue el origen de la película es ahora el final de la misma. Entre esos dos vértices, el Altísimo se ha revelado en todo su esplendor, ha sido capaz de sofocar el dolor y demostrar su compasión, de modo que la prueba de su existencia y su poder es suficiente para confiarle la vida de un ser querido. Por eso la madre entrega a su retoño: ser reclamado por Dios es un privilegio. Malick es un privilegiado.

El árbol de la vida tiene la calidad propia de un director que ha invertido décadas a tallarnos esta joya. La realización del film se esmera mucho más en causar sensaciones que en ordenar lógicamente los acontecimientos, de manera que hay que estar preparado para admirar no una narración clásica made in Hollywood sino un experimento. Porque eso es El árbol de la vida, un experimento formal que juega con el espacio y el tiempo. Lo primero que destaca es el contraste entre esas imágenes topográficas sobre el origen del mundo y las que se centran en la vida de la familia; Malick no tiene reparo en combinar registros, porque sabe que lo que cuenta es el efecto. Y ese efecto surge de calculados planos detalle, el tratamiento de la luz a cargo de Emmanuel Lubezki, unos movimientos de cámara suspendida alucinantes, etc., todo ello permite reproducir constantemente una visión poética de lo real, que alcanza el nivel de pura ópera cuando se le añaden las notas de Alexandre Desplat. Lo que más me ha sorprendido de Malick como virgen de su cine es la sensibilidad que posee al componer el plano: la profundidad de campo en relación a los individuos, la abstracción de la arquitectura, el énfasis por los pequeños detalles que evocan profundas ideas, etc. Malick es un perfeccionista empedernido y se nota un posicionamiento ético y estético que radica en una idea muy clara: lo bello existe de per se. Porque eso es quizás lo más fantástico de El árbol de la vida, que para alcanzar esa alegoría de la existencia no ha tenido que recurrir en exceso a lo digital (salvo en el caso de los dinosaurios y otras criaturas) sino que ha plasmado lo que el mismo mundo ofrece. Ese es uno de los valores que más aprecio de él: que su hiperperfección parece algo natural. Y hay un momento singularmente hermoso que justifica lo dicho: es aquel en el que a la madre de Jack se le coloca una mariposa en el brazo. No sé si es así, pero intuyo que todo sucedió por pura casualidad. Y resulta precioso, porque Malick es un cazador de instantáneas y tiene la habilidad del artesano para aprovechar el azar y tornarlo en magia.

The Tree of Life PosterEn cuánto a los actores, se nota un importante trabajo de naturalización. Malick no fuerza el drama, salvo en contados momentos, porque no es este el teatro de la vida sino la vida a secas, con sus pausas y sus vacíos. No abunda la acción frenética, y por el contrario se apuesta por instantes de silencio, de pausa, e incluso en ocasiones los intérpretes desaparecen y de ellos se conserva sólo la voz. El resultado es una interpretación de extremo realismo donde no hay grandes aspavientos sino que la procesión se lleva por dentro; así es como la película alcanza la naturalidad y resulta tan fácil sumergirse en ella. En los papeles principales tenemos a Brad Pitt y Jessica Chastain, como el señor y la señora O’Brien. Él muestra la seguridad reservada a los galanes del Hollywood clásico; se nota que Pitt ya no tiene que demostrarle a nadie lo que vale y consigue transmitirnos esa idea de un padre tiránico que impone una férrea educación a sus hijos. La escena en la que uno de sus pequeños le manda callarse y él se vuelve loco e intenta pegarle, es brutal. En el extremo opuesto está Chastain, que representa la dulzura, la inocencia y el cariño; felicito al director de casting porque no podría haber hecho una elección más acertada. No sé si es su físico, su voz o ambos en general, pero la actriz se adapta al tono y la apariencia de la película, con escenas tan sugestivas como la de ella andando a solas por el desierto. Es elegante y tierna, de modo que su confrontación con Pitt resulta potente. Los dos actores saben contener el nervio para no acelerar repentinamente una película que hace de la contención un arma de tensión. Y como prueba de ello, atentos a la escena de la cocina. Sean Penn, el otro gran actor de la cinta, aparece unos pocos minutos interpretando a la versión adulta de Jack, de modo que tampoco podemos hacer grandes valoraciones. Es una pena que no se haya dedicado más tiempo a este personaje, porque al final, el pobre Penn se limita a poner caras de amargura y desorientación y poco más. En el papel del pequeño Jack, un desconocido Hunter McCracken que se suma a la lista de nuevas promesas del cine americano. El muchacho aguanta el tipo frente a actores de la talla de Pitt y aunque a veces está un poco frío, por lo general consigue transmitir la convulsión emocional que padece su personaje.tra

Como he dicho, sé  que me he dejado muchas cosas en el tintero y que seguramente El árbol de la vida merecía un comentario más trascendental, pero siento no estar preparado aún. La película prodigio de Malick está hecha para quienes comprenden su vida y para quienes son muy, muy cinéfilos. Ambos comparten algo: un amplio saber. Yo, a día de hoy, soy un aspirante a crítico de 22 años y, como Jack, me asolan poderosas dudas sobre la existencia. Supongo que cuando las resuelva y vea la luz me sentaré otra vez a contemplar esta película y veré cosas que hoy escapan a mis sentidos. Porque si algo se le puede echar en cara a Malick es que su película está muy muy cerca del cielo y muy muy lejos de los mortales. Y eso es un obstáculo para saber apreciar la belleza. No puede entenderse un poema sino antes no se vive y se ve la vida como auténtica lírica. Para quienes sí lo hacemos, Terrence Malick ha rodado El árbol de la vida.

ojodepez tiene un blog de críticas de videoclips: laculpaesdelamtv.blogspot.com

Comentarios (5)
  • fabi  - excelente critica
    me tope con tu critica en la busqueda por la clarificacion de algunos puntos de la pelicula que quedaron fuera de mi alcance, muy buena critica, me ayudo a entender mas algunos puntos pero como vos decis, se merece una segunda pasada en otro momento de la vida, saludos
  • Fer  - wow!
    A mí me impresionó la producción y el guión de la película, espero poder disfrutarla otra vez junto con otras peliculas de estreno en los canales de la televisión de cable desde mi casa, es mi manera favorita de verlas.
  • jack  - obra de arte
    La película es una obra de arte y tu crítica absolutamente genial. Me encantan tus articulos.
  • SexBuddy
    Una brasa considerable, le sobra más de una hora, y personalmente, no me aportó nada nuevo. Creo que tecnicamente está muy bien, pero en plan chicha, deja mucho que desear. Tanta grandilocuencia para tan poco nuevo, o que no supiéramos...

    De todas maneras, felicidades por tu crítica.
  • JJG
    La película una obra de arte, poesía en imágenes (y no me refiero a las del cosmos). Para verla más de una vez. Tu comentario magnífico. Gracias.

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